Notas de Esperanza

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La Vela de la Esperanza

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La primera vela de la corona de Adviento: La vela de la esperanza

La corona de Adviento nos acompaña en el camino hacia la Navidad, marcando con cuatro luces el ritmo de la espera. La primera vela —tradicionalmente de color morado— se enciende en el Primer Domingo de Adviento y recibe el nombre de vela de la esperanza o vela del profeta, porque abre el corazón a la promesa de Dios y a la voz de los profetas que anunciaron la venida del Mesías.

Esta primera luz nos recuerda que la historia de la salvación avanza hacia un encuentro: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz” (Is 9). Encenderla es un gesto sencillo y profundo: reconocemos nuestras sombras y, a la vez, proclamamos que la fidelidad de Dios es más fuerte que cualquier noche. La esperanza cristiana no es optimismo vacío; es confianza en Dios-con-nosotros que viene a salvarnos.

Por eso, la vela de la esperanza es también la vela del profeta Isaías, cuya palabra nos enseña a esperar con paciencia y a desear un mundo reconciliado. Sus imágenes —espadas convertidas en arados, desierto que florece, luz que crece— alimentan nuestra imaginación teologal y nos educan en una espera activa: trabajar por la justicia, construir la paz y abrir espacio para el Señor en la vida cotidiana.

En familia o en comunidad, encender la primera vela puede ir acompañado de una breve oración: pedir el don de la esperanza, leer un pasaje profético y hacer un propósito concreto (por ejemplo, un gesto de reconciliación o una obra de caridad). El color morado nos invita a la sobriedad y al discernimiento, para que la casa y el corazón se preparen con discreta alegría para la venida de Cristo.

Al iniciar el Adviento, la Iglesia nos recuerda que la esperanza mira hacia el futuro prometido y transforma el presente. Que esta primera llama nos sostenga en la semana: “El Dios de la esperanza llene de gozo y paz vuestra fe” (cf. Rom 15). Cada vez que la encendamos, dejemos que su luz nos enseñe a esperar como María: con humildad, confianza y disponibilidad al plan de Dios.

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